Fuego en las entrañas

Aquella noche cometí la mayor locura de mi vida. No puedo negar que el alcohol afectaba claramente a mis sentidos y que la noche no me había sido del todo agradable. Estaba furioso conmigo mismo y con el mundo. Me habian despedido del trabajo hacia poco por, según el gerente, ausentarme de mi puesto de trabajo durante horas laborales.

Tenía razón, me había ausentado, pero porque mi hermano había tenido un accidente con el coche y me llamaron desde el hospital y en vista de que «mi» gerente se había ausentado de «su» puesto de trabajo, me había sido imposible avisarle de mi ausencia. De todas formas, y viéndolo en perspectiva tampoco iba a ser el trabajo de mi vida.

Gracias a dios lo más importante era una cosa, mi hermano a pesar de los rasguños inevitables, estaba perfecto. Una noche bajo observación y unas curas fueron suficientes.

Tras estos hechos, mis amigos y yo decidimos salir de fiesta para descargar un poco de adrenalina. La verdad es que lo necesitaba, tanta rabia en el cuerpo acaba pasándote factura.

No os voy a aburrir describiendo dónde cenamos o qué cenamos, solo os diré que cenamos más que bien y bebimos más aún. Luego nos fuimos a la discoteca. Por suerte para mi, el alcohol, si no hago mezclas extrañas, suele ser difícil que me tumbe, aunque eso sí, me haga comportarme como un auténtico gilipollas.

Mis amigos conforme pasaban las horas se fueron yendo poco a poco y finalmente nos quedamos los de siempre, Óscar, José y yo. Hacia las 5 de la mañana, Óscar y José se habían ido hasta un rincón con unas chicas, yo por mi parte estaba cerca de la barra, observando a la gente.

Una chica pasó por delante de mi y me sonrió. Le sonreí y le hice un gesto de saludo con el cubata en mano amodo de me quito el sombrero por ti. Que ridículo debió parecer aquello.

Minutos más tarde la volví a ver, bailando por la pista. Danzaba de forma provocativa, ahora con uno, ahora con el otro. No quise darle más importancia aunque yo quisiera también un poco de su atención. Seguí allí mirando, taciturno, como si fuera una alma en pena mientras mis amigos continuaban en su magnífico y excitante mundo del rincón. Suspiré amargamente y decidí irme a casa.

Salí de la discoteca y me acerqué hasta la zona de taxis. No había ninguno disponible así que tocaba esperar.

– Hola chico – oí cerca de mi.

Al girarme era la chica de la discoteca. Su pelo era rojizo y tenia bastante pecas. En la discoteca no lo había observado. Llevaba un vestido oscuro con reflejos azulados, escotado y que le llegaba hasta por encima de la rodilla. Llevaba varios complementos que la hacían más atractiva.

– ¿Esperas un taxi? – me preguntó
– Si, la verdad es que sí, pero ya ves, de momento no hay ninguno y tardará.
– ¿seguro?

En ese instante, gracia que tienen todas la mujeres, apareció uno por la esquina. Me reí y ella se rió.

– Si quieres lo compartimos, aunque debería ser para mi sola ya que lo he visto primero.
– Si, tienes razón. Todo suyo bella dama.

Ella sonrió y agarrándome por el brazo me invitó a subir.

– Buenas noches, me podría llevar a Avd. Fernando III esquina con General Ricardo.
– Por supuesto señorita, ¿y a su amigo?
– Al mismo sitio – dijo sin dejarme responder.

El taxista arrancó y nos llevó por las calles de Zaragoza a la dirección indicada. Todavía no sabia su nombre y tenia miedo a preguntárselo. Puede que si lo hacia la magia se rompiera.

Estábamos ambos sentados detrás cuando ella colocó su mano sobre mi pierna.

– Pareces triste.
– Si, no estoy teniendo una buena temporada.
– Todos tenemos días buenos y malos, no deberías pensar en los malos, solo en los buenos. Puede que hoy sea una día de esos.
– ¿Malos?
– No. Buenos.
– La verdad es que no sé que decirte. Estoy con una chica muy guapa y atractiva que me lleva a una dirección donde no vive nadie que yo conozca y no sé el motivo. ¿No serás una asesina psicópata y despiadada?
– Jajajaja, ¿tu crees? ¿Tan mala me ves?
– No sé, jejejeje.

Con la mano que tenia encima de mi pierna, me dio dos o tres palmaditas y luego le indicó al taxista que una vez entrara en la calle debía seguir hasta ver un portal con una reja.

El taxi empezó a reducir la velocidad hasta parar del todo. Tal como había indicado ella, la puerta tenia una gran reja de hierro forjado con bonitas formas formadas por un entresijo de barras curvas y rectas.

– 25,60€
– Pago yo – dije apresuradamente

Mientras yo pagaba, ella bajó del coche y se dirigió hacia la puerta. La miré por el cristal unos segundo y bajé.

Ella mientras llamó al timbre que había y tras unos segundos una voz ronca de hombre contestó y por el tono debía estar durmiendo. La puerta se abrió.

Al pasar el portal observé que era amplio a pesar de la poca luz. No parecía haber ningún ascensor pero si unas escaleras.

– No te asustes, no vivo en el último piso.

No me había fijado cuantos pisos habían, pero no me hubiese importado que hubieran cien, los hubiese subido aunque me llevara días.

Empezamos a subir. Ella subía lentamente y contoneándose. Yo seguía sin creer que estuviese siguiendo a una chica tan hermosa. Cuando pasamos por la primera planta se giró y me sonrió.

– ¿Aún sigues detrás?
– Por supuesto. Pero vamos, si quieres me voy.

Ella siguió caminando y subiendo. Alcanzada la tercera planta, se paró y me dijo, casi susurrando, que me quitará los zapatos. Ella lo estaba haciendo mientras me lo decia. Era bastante bajita sin los tacones, pero seguía siendo sexy.

Luego se colocó delante de una de las puertas e introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió, pero el sonido fue como si esa puerta llevara años cerrada. Me invitó a pasar.

La casa tenia el olor característico a cerrado.  Tal vez esta chica tenia varios pisos y llevaba a sus amantes al que más le apetecía o más le convenía. También pensé que que sería una prostituta y en poco tiempo se presentaría su chulo. Me quedé pensativo.

Un beso pasional me devolvió a la tierra.

– Vamos!! – dijo susurrándome muy cerca de la oreja.

Me cogió de la mano y me llevó hacia el interior. Cerró la puerta con el pie y empezó a besarme, muy fuerte, muy pasionalmente. Todo daba vueltas. Su piel era cálida y sus ojos me miraban fijamente. Decidí cerrar los míos y dejarme llevar.

Poco a poco me fue llevando por un pasillo, luego por otro y finalmente hasta una habitación. Realmente aquel piso era enorme.

La habitación podríamos decir que estaba casi vacía salvo por un colchón en el suelo. Ella se quedó a dos metros de mi y dejó caer el vestido. Sólo llevaba unas braguitas curiosamente color carne.

Sus pechos eran bastante compactos y sus pezones pequeños y rosados. Las pecas cubrían parte del mismo, como sucedía con su rostro. El cabello rojizo desparramado sobre sus hombros; excitante.

Señaló detrás de mi – ¿ Quien diablos había dejado allí una botella de champan ? – me pregunté para mis adentros.

– ¿Me sirves?
– Sí, pero antes, me gustaría que me volvieras a besar.

Se acercó y deposito un suave beso en la punta de mi nariz.

Solté una carcajada y me acerqué hasta la botella de champan para abrirla. No habían copas. Cuando me dí la vuelta, ella se puso de rodillas. Me sorprendió. No sé porque, pero decidí hacer una cosa que nunca había hecho, abrí el champan golpeando el corcho en el techo.  El contenido de la botella empezó a salir burbujeante cayendo directamente sobre su cuerpo. Ella abrió la boca y dirigí el licor. Luego yo también bebí y la animé a ponerse de pie.

Se levantó y empezó a besarme a la vez que me quitaba la botella de las manos y la lanzaba a un rincón. Su cuerpo se apretó contra el mio notando sus pequeños pechos contra mi, sus pezones duros ahora, clavándose contra mi carne y su lengua hundirse en mi boca como si me penetrara.

2015-07-16-fuego-003Con un rápido y brusco movimiento me lanzó contra el colchón. Era blando con lo cual el peso de mi cuerpo revotó. Ella me miró fijamente. Se lamió y se colocó a horcajadas encima de mi. Alargando la mano, buscó algo debajo de la almohada.

– ¿Te ayudo? – le pregunté mientras miraba donde ella buscaba.
– Tranquilo mi amor, ya lo tengo.

En aquel momento pensé, sí, lo tiene, el cuchillo de carnicero con el cual me va a despedazar, o el punzón de picar hielo de la película Instinto Básico.

Cuerda. Sacó una cuerda larga de color negro. Madre de dios, esta chica no era normal y yo un completo gilipollas por haberme ido con una desconocida.

– Estira los brazos.
– No –

Estiré los brazos y empezó a atarme. ¿Cómo podía ser? Mi cerebro había dicho no, mi boca había dicho no, y sin embargo mis brazos habían hecho lo que ella había ordenado. Intenté quitármela de encima empujando mis caderas. Nada.

– Ayuda!!! Socorro!!! – grité lo más fuerte que supe, sin embargo mi voz parecía morirse al surgir de mi boca. Empecé a sudar, a temblar de miedo. Ella seguía con su ritual.

Sus pechos se balanceaban desnudos frente a mi. Contraídos por su excitación, ahora eran más bien oscuros. Este hecho provocaba un gran contraste con su piel blanquecina. Intenté levantar la cabeza para morder, arrancar, atacar, y me vi realizando el acto contrario. Empecé a lamerlos, chuparlos, apretarlos con mis labios. Un líquido oscuro empezó a manar de sus pechos. Era amargo, pero me atraía su sabor. No, no, no, auxilio, que diablos, sí, el diablo, eso, no diablos, el mismísimo diablo. El placer aumentaba a medida que bebía de ese líquido espeso y negro. No, agonía. Estaba luchando contra mi, contra ella, contra todo y cuanto más luchaba más atraído me sentía.

Cuando se apartó miré mis brazos. Ella había realizado una atadura desde la punta de mis dedos hasta bien pasados los codos. Los dos brazos unidos por elegantes trazados y nudos de cuerda. Luego realizó el mismo acto con mis piernas.

– Estíralas.

Su tono de voz era fuerte y directo pero no agresivo. Me negué hasta lo imposible, pero nada. Ella se ubicó de espaldas a mi y apoyó su sexo contra mi cara mientras realizaba nuevas ataduras. Yo lamí ese sexo perfectamente depilado. Sin nada de bello. Sus labios, rugosos, grandes y hermosos que estaban inicialmente unidos fueron separados por mi lengua y noté aquel sabor y olor inconfundible a sexo femenino.

Empecé a mover la lengua sin parar, algunas veces por la parte superior, otras por la inferior. Abriendo sus labios o cerrándolos de nuevo. Penetrándola con la lengua o lamiendo todo hasta tener mi rostro y su sexo totalmente empapados de flujos vaginales y saliva.

Se apartó de nuevo y miré mis piernas. Los mismos elegantes trazados, los mismos nudos bien realizados. Parecía que me fuera a cocinar y lo peor de todo, no había podido oponerme a sus órdenes.

2015-07-16-fuego-005 La miré. Era diferente. Muchos pensareis ahora, sí, tenia largos dientes, un largo rabo y cuernos. No, nada de eso. Su pelo era mucho más largo. El color rojizo mucho más intenso y sus ojos si que habían cambiado. Eran una mezcla de rojo y negro. A pesar de ello, me sentía muy atraído por ella. Salvajemente atraído.

Estaba totalmente inmovilizado. Solo podía desplazarme como un gusano, y aun así, si lo hubiera intentado no hubiese sido nada sencillo. Se colocó a la altura de mi sexo y empezó a jugar con él con su boca. Mi miembro fue adquiriendo volumen por si antes no lo tenía. Lo miré y estaba tan hinchado, tan marcado, tan preparado para la penetración que incluso estaba mucho más grande de lo normal.

La miré furioso y le grité. Ella ni se inmutó. Seguía tragándose mi miembro hasta hacerlo desaparecer y luego dejándolo escapar cubierto de finos hilos de saliva entre sus labios y mi glande, para repetir el proceso, una y otra vez.

No sabía como reaccionar, por muy furioso que me pusiera estar atado, inmovilizado, esa mujer, engendro o lo que fuera me estaba dando placer, mucho placer. Tanto placer que no era natural y a cuanto más jugaba conmigo más necesidad tenía de poseerla.

Finalmente aparto su boca de mi sexo y me susurró algo en un idioma extraño. Noté mi cuerpo tensarse por completo, mis ojos se abrieron tanto que creí que mis parpados se habían girado, un sonido inhumano atravesó mis tímpanos hasta impactar en mi cerebro. Saltó encima de mi y se introdujo mi pene en su sexo.

– Abre tu alma – decía. Yo solo oía su voz, pero no respondía, no podía, no quería. Oía una llamada en mi interior, en lo más profundo.

– Abre tu alma – y se movía adelante atrás, haciendo que todo su sexo se mojara más y mi pene entrara más profundamente.

Yo lo notaba, sí, pero seguía oyendo la llamada mientras todo lo que nos rodeaba giraba. Toda la habitación parecía girar entorno nuestro, y las pocas cosas que habían volaban. No parecía nada real.

– Abre tu alma, abre tu alma, abre tu alma.

Un grito en lo más profundo de mi surgió. Salvaje, grotesco, brutal. Las cuerdas reventaron en mil pedazo y me erguí abrazándola, elevándome con ella. Mi carne adquirió un color oscuro como la noche. Mis manos se convirtieron en garras.

No entendía nada, que diablos estaba pasando. Noté mis mejillas mojarse de dolor. Ella me miró, yo la miré, nos besamos como si lleváramos miles de años sin hacerlo. Como si hubiéramos sido amantes en la eternidad.

Caímos juntos en un averno abierto desde nuestras entrañas. Ella con unas alas de enorme envergadura, yo aferrado a ella con mis garras. Nuestros cuerpos se golpeaban en cada embestida. Mi pene de formas descomunales entraba y salía de su sexo totalmente empapado hasta que se tensó y eyaculó un líquido anaranjado.

Todo dejó de dar vueltas y los pocos objetos que volaban al caer se rompieron o reventaron. Las ventanas que estaban bloqueadas por maderas reventaron en mil pedazos. Todo estaba cubierto de cristales y restos. En ese momento perdí el conocimiento.

Ha pasado casi un año de este suceso. La verdad hay veces que creo que fue un sueño. Demasiado alcohol en una noche. Pero las noches que no hay luna, las noches en que la oscuridad es absoluta, me convierto en esa bestia y salgo en busca de mi amante inmortal……

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