Estaba tan nerviosa que no paraba de dar vueltas por todo el piso. Iba y venia desde el dormitorio al comedor, regresaba yendo a la cocina, para luego regresar al comedor y posteriormente presentarse en la puerta del recibidor.
-¿Quién me mandaría meterme en estos líos? – Eso es lo que se repetía, una y otra vez.
Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua fría, tragó con fuerza y sonó el timbre de la puerta principal. Respiró profundamente y corriendo se dirigió a la puerta. Sus nervios rozaban la histeria, le temblaba todo el cuerpo.
-Abrir, debo abrir la puerta.-inspiró con fuerzas y abrió con tanta fuerza y rapidez que casi se le escapa la puerta.
Robert estaba allí de pie con una amplia sonrisa.
-¿Qué tal estás guapa?
-!Bien! !Nerviosa! !Mmm! !Pasa, no te quedes en la puerta!
La voz a ella le temblaba, a él ni un ápice.
Robert vestía con unos tejanos bastante ajustados, una camiseta abotonada hasta el último botón del cuello y el pelo perfectamente peinado con un corte muy inglés. Ruth nunca le había visto con otro estilo que no fuera ese, un estilo de casi perfección absoluta, de maniquí perpetuo.
La puerta se cerró mucho más suavemente de lo que se había abierto y ambos fueron al comedor. El piso no es que fuera muy grande, por no decir, que se consideraba un piso pequeño. Un baño, una habitación, un comedor unido a una cocina separada por una estrella y larga isla y una terraza tan pequeña que ni era terraza.
-¿Compraste las cuerdas?-dijo Robert
-Sí. Tal y como tú me dijiste.
-¿Qué sitio eliges?
-¿A qué te refieres?
-¿Dónde quieres que empecemos con nuestra sesión de Bondage?.
-No sé.
Robert aguardó unos segundo en silencio esperando que Ruth fuera capaz de concretar dicho sitio, luego habló.
-Lo haremos aquí. En el comedor.
-¿Sí?
-Sí, vete al dormitorio y vístete como te dije. Ponte un sujetador deportivo y mallas cortas. No te dejes puesto ni calcetines, ni bragas, ni tanga, ni sujetador. Quítate pendientes, collares, piercings o cualquier otro objeto que puedas llevar.
Ruth asintió y se fue al dormitorio. Se cambió como él le dijo. Se quitó los cinco pendientes de su oreja derecha y los tres de la izquierda. Se quitó las pulseras de cuero y las dejó junto con los pendientes. Se desnudó por completo plegando la ropa y dejándola encima de una silla. Abrió un cajón y cogió la ropa que necesitaba para vestir como él le había pedido. Un sujetador deportivo color blanco y unas mallas negras. Nada de calcetines aunque el suelo estaba frío.
Salió al comedor y Robert estaba allí. Quieto. Inmóvil. Esperando.
-¿Tienes un edredón o una colcha para poner en el suelo?
-Sólo la que tengo puesta en la cama.
-Tráela.
Ruth regresó a la habitación y llevó el edredón con la funda nórdica al comedor. Curiosamente, sus nervios ya no eran tanto y al regresar al salón vio que Robert mostraba otra vez su sonrisa, aunque con un aire malicioso. Ruth regresó una vez más a la habitación para traer las cuerdas antes de que Robert se lo pidiera.
Las cuerdas eran largas, casi 15 metros. Le había pedido dos pares, así que en total 30 metros de cuerda. ¿Para que tanta? Al menos le había dado libertad absoluta para elegir el color, aunque no el tipo de cuerda. Debía ser de lana, muy suave y fuertemente trenzada. El color era rojo muy en contraste con su piel blanca. Le gustaba.
-Necesitaremos también unas tijeras.
-¿Para?
-No es para hacerte ningún daño. Al contrario, es muy importante tener unas tijeras cerca por si sale algún imprevisto.
Ruth fue a la cocina y cogió unas tijeras grandes y fuertes que tenía. Regresó otra vez más al salón.
-Acércate al centro. Encima del edrerón.
Parece que iba a empezar la sesión que tantas ganas tenía por realizar. Desde siempre Ruth había sido una chica curiosa y justo estaba Robert allí para ofrecerle algo que de otra manera con nadie más practicara. El bondage le atraía, pero ninguna de sus parejas lo había practicado con ella, ni tan siquiera algunos de sus amantes o folla amigos. Los chicos son curiosos. Pueden desearte muy intensamente, pero luego son como corderitos y para complicarlo si encima tú eres una chica de mente abierta, suelen acobardarse mucho más y refugiarse en los insultos o el menos precio.
-Quiero que sepas que esto carece de sexualidad alguna. Antes el bondage se usaba para retener a alguien. Evitar que escapara. Sobre todo retener a ese tipo de personas que hagas lo que hagas acaban huyendo. Se cuenta que es una tradición Japonesa para evitar que los prisioneros escaparan. ¿Tienes algo que decir?
Ruth dudó un instante. Luego afirmó con la cabeza de lado a lado para indicar negación.
-Estira los brazos.
Ruth empezó a seguir las indicaciones que le decía Robert que en ese momento se había colocado detrás. Así pues levantó los brazos por encima de la cabeza y Robert empezó a moverse. La cuerda que llevaba en las manos era doble, es decir, había doblado la cuerda por la mitad e iba dando vueltas al alrededor de Ruth. Pasó por debajo de sus pechos, luego por un costado y luego otra vuelta más por encima de los mismos. Una vez hecho esto, pasó la cuerda por la parte izquierda del cuello, juntó las dos cuerdas en la unión de sus pechos y regresó hacia atrás por la parte derecha del cuello.
Seguramente estaba haciendo algún tipo de nudo en su espalda.
-Separa las piernas.
Robert pasó la mano entre las piernas de Ruth y cogió la cuerda para subirla y que chocara contra el sexo de esta. El nudo que había hecho coincidía en el punto exacto donde estaba su sexo y Ruth estaba seguro que lo había hecho con toda la intención. Además no era un simple nudo, sino un nudo grueso. Robert tiró un poco más de la cuerda y Ruth gimió ligeramente al notar como el nudo había conseguido abrir su sexo y sus labios vaginales y se estaba rozándose con su clítoris.
-No te muevas.
Pasó la cuerda nuevamente en el centro de su pecho para luego hacer un lazó muy elegante. Se apartó de Ruth y miró. Parecía que las cuerdas estaban casi donde él quería. Se acercó, ajustó y se volvió a apartar cogiendo el otro juego de cuerda que estaba encima la mesa.
-Estira los brazos.
Estiró los brazos y él le ató las muñecas. Luego empezó a mover las cuerdas entre sus brazos de forma ascendente, en dirección a sus codos y pasando de largo hasta cubrir casi todo. Era muy hermoso lo que veía, la forma en la cual había entrelazado la cuerda formando casi un patrón, y ese color rojo sobre su piel. Ella se sentía atrapada y excita y su sexo se había humedecido poco a poco, sumado a la presión en su clítoris que la torturaba con un extraño placer.
-¿Te excita la situación?
-Sí, más de lo que pensaba.
-¿Quieres que te saque fotos?
-Sí, quiero verme después.
Robert cogió el móvil de ella que estaba sobre la mesa y le hizo fotos desde todos los ángulos. El cuerpo de Ruth era delicioso y empezaba a notar como su miembro crecía debajo de sus pantalones. Ella además con sus movimientos buscaba más y más presión sobre su sexo, sobre sus pechos, contra su piel con las cuerdas, y muy bajo pero sin para iba jadeando.
-No puedo más. Me tengo que ir.
-!No! Ahora no. – dijo ella.
-Sí, ahora sí. No quiero acabar…
-¿Follándome?
Se produjo un silencio.
-Hazme tuya. Sé que crees que no es correcto. Sé que dijimos que esto no pasaría, pero no es nada malo si lo hacemos. Somos adultos y sin vínculos con otras personas. Yo ahora mismo estoy muy excitada, tú empiezas a estarlo. Podemos follar, no tiene porque salir de aquí.
-Ya, pero me excita la situación, verte con las cuerdas y quiero quedarme con ese deseo siempre.
-Lo sé, lo veo en tus ojos y por eso te lo digo, me tienes atrapada, mojada, soy tuya con tus cuerdas.
Robert se acercó a ella y empezó a besarla. Su boca se acopló a la boca de Ruth y sus lenguas jugaban entre sí. El ritmo de sus corazones se aceleró y las manos de él, porque ella estaba atada, recorrían su cuerpo tan lentamente y con tanta curiosidad que la piel de ella se erizó.
La giró boca abajo. Los besos pasaron a recorrer su espalda lentos y suaves por sus omóplatos, por su columna, por sus riñones para luego repetir el proceso en un ir y devenir. Las manos no estabas quietas, si los besos iban por una parte, las manos iban por la contraría, siempre suaves, seguras, calientes. Ruth era demasiado ansiosa y enseguida pensaba en como sería el miembro de Robert pero las cuerdas evitaban que ella pudiera decidir cuando tocar, como tocar, qué tocar. Ruth debía centrarse entonces en sentir.
Robert la volvió a girar, dejándola de lado. Le dolían los brazos, pero quería saber cual sería el siguiente movimiento. Robert empezó a frotar todo el sexo de Ruth, lentamente haciendo que poco a poco se fuera mojando y abriendo. La mirada de Robert era intensa, muy intensa. La mano de él estaba apoyada plana contra los labios del sexo de Ruth. Tarde o temprano sus dedos se curvarían y entrarían provocando una descarga en su vagina que quien sabe, tal vez la llevara al orgasmo.
-Bésame Ruth
Robert se inclinó otra vez y ella abrió la boca y cuando se juntaron sus labios los dedos de Robert entraron con violencia y fuerza, una y otra vez, en el sexo de ella. Los jadeos de Ruth se ahogaban en la boca de él. El corazón latía con fuerza, con mucha fuerza, le dolían las articulaciones, los nudos se apretaban más, Robert la estaba follando con los dedos y estos estaban cubriéndose de una masa blanca viscosa de tanto roce y finalmente llegó, una explosión en su interior, un mareo, una consciencia extraña del universo y de todo lo que la rodeaba.
Exhaustos los dos se separaron. Él la miraba mientras ella se perdía en su estremecimiento y su extasis. Robert se lamió los dedos que aún tenían los fluidos de Ruth. Ligeramente amargos se dijo para él mismo. Su miembro con todos esos juegos estaba duro y preparado. Se desnudó del todo y se volvió a acercar a ella. La levantó las piernas colocándoselas en su hombro. Ella lo miró. Los pechos de Ruth estaban hinchados y sus pezones habían adquirido un tono oscuro debido a la concentración de sangre. Su sexo se clavó profundamente en ella. Una pausa. Robert se retiró y la volvió a envestir. Una pausa. Así fue una y otra vez. Cuando ya la había penetrado casi 30 veces, como un ritual se apartó y puso los pies de ella en el suelo.
-No te muevas
Robert empezó a masturbarse con fuerza. Su pene, cubierto perfectamente por los flujos de ella, sentía mucho más la mano que lo masturbaba. No tardó en eyacular. Su leche cayo por el empeine de los pies de Ruth. Ella estaba sorprendida pero al mismo tiempo había descubierto que Robert, a parte de gustarle las cuerdas, era un fetichista de los pies.
¿Qué descubriría la próxima vez?…