Pasión en la cocina. Relatos eróticos.

 

Entra el otoño con un marcado sentido a sobriedad. La gente empieza poco a poco a coger las chaquetas para aguantar el frío matutino y luego soportar ese calor que llega al mediodía. !Qué tiempo más alocado!.

Relato erótico en la cocina. Pasión en la cocina.Estoy sentado en el ordenador mirando a la pantalla sin ver realmente lo que tengo delante. En cierta manera, no lo veo porque no me apetece nada pensar que realmente lo que tengo en pantalla es un informe largo y pesado sobre las ventas de la última quincena de agosto. Un informe que solo son gráficos y números, todos ellos impresos en diferentes colores para destacar los puntos positivos y negativos de toda la información existente.

-!Hombre Manuel! ¿ya de regreso?- dice mi compañero de trabajo desde su mesa.

-Sí, de regreso a la mierda de siempre. – pienso para mi pero lo que acabo diciendo es- Pues sí, ya ves. Otra vez por aquí.

Se hace un silencio entre los dos.

-!Luego en el almuerzo me explicas!

Siempre me he preguntado porque la gente necesita saber más de lo normal. Y encima lo que más me fastidia es que les empiezas a explicar lo que te han preguntado, sea sobre tus vacaciones o sobre el congreso al cual te ha enviado la empresa o sobre tu salud para que luego demuestre un interés casi nulo.

El día pasó sin mayor importancia. Muchos correos electrónicos que responder, pocas ganas, divagar a la hora del almuerzo y leer el informe para dejar al final del día las anotaciones pertinentes para continuar al día siguiente.

Relato erótico en la cocina. Pasión en la cocina.Cansado y desganado me fui para casa. Una hora en cercanías y listo.

-Ya estoy en casa cariño!

-Estoy en la cocina! – Contestó Sandra.

Manuel dejó la chaqueta en una de las sillas del comedor y el portátil a un lado. Se desabrochó la corbata y miró a Sandra en la cocina.

Ella llevaba un suéter que dibujaba sus pechos y sus pezones aún más. La falda o pantalón que llevará brillaba por su ausencia. Ahora estaba solo con las braguitas puestas y descalza.

-¿Qué tal cariño?¿Cómo ha ido el día?

Manuel no pensaba ya en el trabajo. Eso no ocupaba ni el más mínimo rincón de su mente. Su mente solo había visto el cuerpo de su mujer, tremendamente erótico y llamativo. Un cuerpo que no os lo negaré, le excitaba tanto que cuando habló solo salió como un gruñido.

Su mujer casi no tuvo tiempo de reaccionar, él se le abalanzó y bajo sus bragas con rapidez y torpeza. Apoyó su cara en el culo de ella y ella, con semejante empujón se tuvo que asir fuertemente a la encimera.

Manuel estaba entregado a toda la parte baja de su mujer. Lamía y relamía cada uno de los agujeros de su mujer. El sabor y los olores a saliva, flujos vaginales y el sudor del largo día se mezclaban. Relato erótico en la cocina. Pasión en la cocina.Rompió las bragas con las manos y obligó a su mujer a abrirse más. Los dedos de él se metieron en el sexo de ella. Sin piedad, sin pausa, con un salvajismo absoluto. Ella había apartado todo lo que había en la encimera y se acariciaba sus pequeños pechos a la vez que pellizcaba sus pezones.

Los gemidos de ella se oían en la galería y estaba segura de que más de un morboso se preguntaría quien estaba follando a esas horas y con tantas ganas. No les importaba tanto como para parar.

Manuel se levantó y giró a su mujer. El suéter cayó al suelo y  los pechos de Sandra estaban allí, duros, oscuros y preparados para él. Él los mordisqueó con fuerza con los labios a la vez que seguía masturbando a Sandra. Sandra, que ya tenía más acceso a él cogía su pene, lo masturbó sobre todo por la zona del glande. Quería mamar le polla, tragarla entera y cubrirla de saliva, pero él la obligaba a mantenerse recta mientras se deleitaba con sus pechos.

En otro movimiento rápido, Sandra acabó en el suelo, a cuatro patas. Su mejilla en el frío suelo. Manuel fue detrás. La embistió salvajemente a la vez que con su pulgar violaba prácticamente su culo. Los jadeos de ambos aumentaron. cada embestida hacia que el sexo de Sandra ardiera y que la polla de él se pusiera más dura si cabía.

La rabia y la impotencia a veces son buenos aliados del sexo, por que uno se desfoga y se quita de toda esa rabia interior. A Sandra siempre le gustaba esa pasión, incluso ella misma había dejado llevarse por la misma. Cuantas veces había llegado a casa, había cogido a su marido y cuasi le había forzado a empotrarla, a liberarse de toda esa tensión.

Manuel seguía allí, detrás de ella. El dedo ya estaba por completo dentro de su culo y la polla de Manuel encajada. Los movimientos iban y venían, Sandra jadeaba, su sexo estaba ya tan mojado que se había convertido en un agujero delicioso y perfectamente lubricado.

Ambos estaban en su máximo estado de excitación hasta correrse al mismo tiempo casi cayendo desfallecidos en el suelo.

Solo salió una palabra entre ambos. Deseo y satisfacción.

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