El ritual

«Abre la caja que hay encima de la cómoda de tu habitación y luego túmbate en la cama a la hora indicada. No quiero que lleves prenda alguna que no ensalce tu bello cuerpo. Olvídate de las ataduras que durante el día te oprimen y te obligan a ser quien no quieres ser. Sé que dudarás, e incluso el hecho de hacerte llevar una máscara te hará sentirte insegura, pero créeme pronto dejarás todo eso de lado.

Tu bien amado anfitrión…«

Abrí la gran caja de formas redondas y de color morado con un lazo negro. Dentro de ella tal y como se especificaba en la nota había una máscara de grandes dimensiones, con plumas de colores oscuros y de rostro dorado. La cogí con suavidad y la mantuve mientras la miraba con detenimiento. ¿Cómo había llegado a esta situación? Ni tan siquiera podía saberlo. Fede me había dejado hacía menos de una semana y estaba tan encolerizada que no me detuve a pensar mis actos.

Susana, una compañera del trabajo, me había dicho que debía liberarme y olvidar a Fede. Me pasó el contacto de un amigo suyo que me haría pasar un buen rato. Lo primero que pensé es que estaba loca así que tal y como me la dio la dejé abandonada en uno de los cajones de la mesa de mi puesto de trabajo.

Ayer encontré la tarjeta. Estoy tan cansada y tan perdida y a la vez con ganas de sentir que alguien me ama aunque solo sea un instante y un breve tiempo que he acabado llamando. La voz era varonil y neutra. La mía, por contra, era temblorosa e insegura. A cada una de mis frases casi incompletas, seguía un silencio por parte de él, para luego ayudarme a continuar. Tras la conversación concretamos una serie de puntos, incluido el lugar de encuentro. Todo estaba preparado.

Miré el reloj. El tiempo para el encuentro se acortaba. Me deshice de la ropa y me metí en la ducha. El agua me ayudó a relajar a pesar de que mi mente seguía dando vueltas y más vueltas. ¿Había venido por venganza a Fede?, ¿Había venido por darle la razón a mi compañera de trabajo?, ¿Había venido por mi?.

Salí de la ducha y me miré fijamente a los ojos. Se acabó, quiero disfrutar.

Me vestí con la propia lencería oscura que me había comprado aquella tarde. Me coloqué la máscara y esperé.

A la hora indicada oí como la puerta se abría. Entró un hombre que también llevaba una máscara. Iba con un traje negro y corbata roja. Cuando me miró me ruboricé. Me entró el pánico y quise salir huyendo pero por otra parte, la situación era altamente morbosa.

Se acercó hasta mi y olisqueo mi cuello. Luego beso mi hombro y colocó su mano en mi pecho. Mi corazón latía con fuerza y nerviosismo. Noté un mordisco a continuación. Fuerte. Doloroso. Cerré los ojos. Su mano fue bajando por mi corsé hasta depositarse muy cerca de mi sexo. Solo fue un instante.

Me tumbé boca abajo en la cama y él empezó a besarme las nalgas, eran besos largos y húmedos, como si estuviera besándome a mi. Un beso de nalga en nalga, dos besos largos en una. Pasando la lengua lentamente. Me estaba excitando pero no lo suficiente. No quería que me penetrara. No estaba tan húmeda ni mentalizada. Sus besos se fueron acortando poco a poco en distancia y empecé a notar como tanto mi sexo como mi ano recibían tanto besos como lametazos profundos. Su lengua se apoyaba contra mi clítoris para luego abrir mis labios vaginales, luego se iba distraída a mi culo como si fuera objeto de penetración. Sus manos por contra, iban poco a poco creando más presión como si quisiera abrir más ambos orificios. Mi sexo estaba ya más que húmedo y dispuesto. Quería darme la vuelta pero yo no mandaba.

Sus dedos se introdujeron en mi sexo, sin poder evitarlo suspiré profundamente. Dios, que placer, que sensación. La presión contra mi punto G y su lengua lamiendo mi culo me embriagaban. Que amante más atrevido, más entregado. Me mordí los labios fuertemente. Tenía la necesidad de morder. Dolor, placer. De repente, me estremecí. Estaba a punto de correrme, si, no pares, sigue sigue. Apreté mi cuerpo contra él a la vez que me movía como si me estuviera follando con una polla, aunque solo fueran sus dedos, unos dedos maravillosos. Mordí la almohada y grité de placer. Mi cuerpo se derrumbó pero el no me acompañó.

Respiré profundamente mientras intentaba no cerrar los ojos. El estaba allí quieto, inmóvil, serio. Quise tocarlo. Invitarle a que se quitara la ropa y me abrazara desnuda. Quería un abrazo, lo necesitaba. No lo obtuve.

Se apartó y se acercó a la cómoda. Abrió un cajón y sacó una bolsa de tela roja. ¿Qué sería? La abrió y saco una cadena, un collar y otra cadena más pequeña. Regresó hasta la cama y me obligó a incorporarme. La máscara seguía en su sitio. Me colocó el collar en el cuello y la cadena al collar. Me miró y tensó la cadena. Al hacer eso vi que la cadena pequeña era realmente una pezonera. Lo miré y me incliné un poco hacia atrás. Él deshizo el hilo del corsé mostrando mis pechos. Luego colocó las pezoneras con suavidad.

El orgasmo que había tenido aún vibraba en mi interior y a pesar de lo que me suele pasar en general, mi sexo seguía húmedo en parte gracias a toda la saliva vertida en él. Abrí su cinturón y sus pantalones que cayeron levemente. Su sexo estaba cubierto por unos boxers rojos. Tiró de mi nuevamente con la cadena. Acerqué mi rostro y mordí su miembro que ya por entonces estaba suficientemente duro. El gimió, aunque no sé si de dolor o de placer. Retiré el boxer y vi su miembro y todo su alrededor totalmente depilado. Excitante. Empecé a jugar con mi lengua por toda aquella zona, lamiendo, oliendo y chupando. Él estiraba y aflojaba la tensión de la cadena. Un par de veces intentó hacer que su polla entrará muy adentro de mi boca, pero es una cosa que nunca me ha gustado. Lo hice un par de veces pero a la tercera me negué. Pareció entenderlo.

Acto seguido me indicó que me echara hacia atrás. Lo hice. Sabía que quería penetrarme y yo lo quería dentro de mi. Se acabó de desnudar dejando que la cadena que sujetaba cayera entre mis piernas. Lo hizo exhibiéndose delante de mi. Cada movimiento era lento, para que yo lo disfrutara. Cuando acabó, recuperó la cadena y me tumbó del todo. Empezó frotando su miembro por fuera, como preparándolo para embestirme. A la vez, su boca estaba lamiendo mis pezones por encima de los cierres de la pezonera. Nunca había sentido tanto placer en ellos. Era como si el dolor inicial de las pezoneras se hubiera convertido en placer, un placer intenso a cada una de sus succiones, lamentones y estiramientos. Tan excitada estaba que cuando me penetró no supe si me había penetrado o había sido una caricia profunda; solo sé que su cuerpo empezó a moverse y yo con él. Una y otra vez, apoyado sobre mi o más erguido. Lenta y pausadamente o profunda y fugazmente. Todo daba igual. Todo era placer. Volví a correrme. Me tensé del todo. Perdí el rumbo y noté como se separó de mi y eyaculaba con fuerza encima de mi abdomen y parte de mi pecho. Cayó tendido y yo busqué su abrazo.

Nos quedamos un rato quietos. Tranquilos. Sin presiones. Cerré los ojos pero me obligué a no dormirme. Él me miraba a través de la máscara. Yo le miraba a él.

Acerqué mi mano hasta su rostro y la retiré lentamente. Allí estaba Fede. Sonreí.

– Te quiero. Aunque seas un cabrón que se ha ido a pasar el fin de semana con sus padres. Te quiero aunque me hayas tenido en ascuas hasta hoy sin saber de ti.

Dicho esto, me dormí abrazada a él y él abrazado a mi.

Sé que muchas de vosotras me juzgaréis con severidad, no espero menos, y muchos de vosotros o bien os estaréis muriendo de envidia o queriéndoos tocar pensando en una escena así. Haced lo que queráis pero tened el valor de hacer lo que más queráis hacer….

 

 

 

 

Imagen de Stephan Strange

 

 

 

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