El amo y la sumisa.

Te pasé a recoger tal y como habíamos fantaseado tantas veces por el Facebook.  Debías llegar falda y camisa, ropa interior por supuesto, zapatos con tacón de aguja. Yo por mi parte llevaría camisa y americana, pantalones de pinza y zapatos elegantes.

Eran las nueve y veintiocho minutos. Cogí el teléfono y te busqué en la guía. Una simple perdida te daría el aviso de que ya podías bajar.

Tardaste poco. Las luces del portal se encendieron y tu bajaste con calma y elegancia. Al ser invierno llevabas también un abrigo que te daba el toque elegante final.

Entraste por la puerta y agachaste la cabeza. Esa noche ibas a ser mi sumisa y tu sabías que eso era el primer paso que debías hacer.

– Bésame – te dije a modo de orden

Me besaste en los labios, sin mirarme a los ojos. Yo te cogí por la barbilla y te devolví el beso.

– Ahora quítate las bragas.

Sin queja alguna empezaste a moverte para quitártelas pero el nerviosismo te traicionó.

– Más despacio!

Una canción lenta de Justin Timberlake sonaba lenta a través del sistema de audio y yo te observaba como las ibas deslizando poco a poco por tus piernas. Eran unas braguitas sexys y casi minimalistas, sin llegar a tanga, por supuesto. Un tanga lo considero vulgar para una sumisa cargada de erotismo.

– Dámelas, ponte el cinturón de seguridad y luego estira los brazos.

Usé las bragas para atarte las muñecas, primero una, giro hacia dentro y luego la otra mano. Juntas e inmóviles.

– Abre las piernas.

Coloqué mi mano en tu sexo. Ligeramente rasurado pero sin estarlo del todo. Perfecto.

– Esta noche, como me pediste, vas a ser mía por completo, de cuerpo, alma y corazón. Por esta misma razón atenderás a todas mis peticiones, porque quieres dar placer a tu amo.

Asentistes con la cabeza.

Me puse en posición e inicié la conducción.

Los edificios iban pasando lentamente y tu te sentías presa de mi y yo vinculado a ti. Verte a mi lado, me excitaba pero debía comportarme como habíamos hablado, yo como tu amo, controlándome siempre y tu como mi sumisa.

– Espero que te guste el restaurante donde vamos a cenar. Vas a llevar las braguitas atándote las manos hasta que yo te ordene lo contrario.

Aparqué lo más cerca posible del restaurante y fuí a abrir la puerta de mi bella acompañante. Cogí su abrigo y cuando acabó de salir se lo puse sobre los hombros para que no pasara frío. No era cuestión de que se resfriara en nuestra cita.

– Hasta que no estemos sentados y acomodados, no debes zafarte de tus ataduras. Sólo en ese momento podrás hacerlo, pero las dejarás colocadas en tu mano izquierda a modo de cinta.

La besé suavamente en la mejilla e iniciamos el corto trayecto hasta la entrada.

– Buenas noches – dijo un muy educado y por obligación recepcionista.
– Buenas noches, teníamos reservada una mesa para dos a nombre de Phillipo Draco.

El gesto que hizo al oírme pronunciar mi nombre denotaba que le había resultado muy extraño. Mi dulce sumisa también lo notó. Evidentemente ese nombre era un alias que había creado yo y con el cual me identificaba desde hacía muchos años.

– ¿Me permiten sus abrigos? – dijo el recepcionista y seguidamente le indicó a uno de los camareros que nos acompañara hasta la mesa.

Evidentemente no quería que mi sumisa se sintiese incómoda y me adelante ayudándola a quitarse el abrigo y dejando que el chal que llevaba quedara sobre sus muñecas.

Lo seguimos hasta una mesa estratégicamente ubicada respecto al resto del local puesto que así lo había pedido previamente cuando hice la reserva.

Ayudé a mi princesa a sentarse en su sitio, y posteriormente lo hice yo.

– Mírame! – le dije con un tono directo y sincero. – Tienes permiso para hablarme.

2013-11-10-RelatoAmoySumisa-004Ella sonrió como a mi me gustaba, y empezamos a hablar sin parar durante toda la cena. Los platos de comida y las botellas de vino fueron llegando y marchando. Ella me miraba con admiración y yo a ella con fascinación. Me sorprendía que estuviéramos así, juntos, excitados y tan compenetrados.

No sé cuanto duró la cena, pero fue fantástica. Algunas veces incluso reímos a carcajadas y la gente de alrededor nos miró con mala cara, pero no importaba, eramos ella y yo, nuestro mundo, nuestro momento, nuestro instante.

Acabada la cena, pagamos y nos fuimos. Teniamos una larga noche por delante para disfrutar, gozar y conocernos…

Como he dicho con anterioridad, ella era muy especial para mi porque habia accedido a cumplir una de mis fantasias y yo lo era para ella porque también cumpliria la suya propia. La cena habia sido realmente magnifica y el vino nos habia permitido profundizar más y olvidar nuestras manias y prejucios.

Subimos al coche y realizamos el mismo proceso. Le até las manos con sus braguitas que anteriormente desaté durante la cena, encendí el coche e inicié la conducción otra vez. Sin embargo, esta vez, durante el trayecto le ordené que abriera sus piernas y se acariciara su sexo, suave y lentamente. Ella miraba hacia abajo, sin quejarse, solo mordiéndose el labio de tanto en tanto. Se notaba su excitación, ya no solo por sus gestos faciales, sino porque movía sus caderas como si fueran mis dedos los que estuvieran jugando con su zona prohibida.

Cuando llegamos a su casa, aparqué el coche y nos quedamos dentro largo rato. Me acerqué lentamente hasta su posición y cambié su mano por la mía. Mis caricias se fueron extendiendo por todo su cuerpo. No era que fuéramos a consumir nuestro encuentro allí, no, simplemente estaba jugando con ella, excitándola, preparándola para las horas posteriores.

Tras unos quince minutos de caricias, besos y roces decidí que ya era momento de ser quien debia ser, su Amo.

Bajé del coche y me dirigí al maletero. Allí saqué un pequeño maletín. Luego fuí hasta su puerta. La abrí lentamente y le indiqué que saliera.

– No quiero que me mires en todo lo que queda de noche a menos que yo te lo indique. Vas a ser mi perrita sumisa, sí, mi perrita sumisa.

Le puse el abrigo y caminamos hasta el portal de su casa.

– Indícame cual es tu piso y puerta y dame las llaves.

Sin levantar casi la cabeza, señalo con el dedo lo que le había pedido, luego buscó en el bolso y me dió las llaves. Abrí y entramos. La luz del portal era automática, por lo que me fastidió el juego inicial. No importaba. En lugar de coger el ascensor subimos por las escaleras. Vivía en un segundo piso.

– Quiero que conforme vayamos subiendo me enseñes tus largas piernas, tu firme trasero y tu sexo. Quiero que lo hagas lentamente, no tenemos prisa.

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Ella empezó a subir peldaño a peldaño. contoneándose y haciendo que su falda subiera lentamente. Por supuesto que a cada centímetro de falda que se levantaba, un poquito menos quedaba para llegar a su piso y que empezará el juego por el cual los dos estábamos allí.

Cuando su falda estaba llegando a la altura de su caderas y sus nalgas se mostraban la hice parar. Intenté contener mi respiración.

Coloqué una de mis manos en la parte derecha de su cadera y la desplace lentamente hasta pasar por su nalgas. Me incliné yo también y le di un húmedo beso. Ella movió las caderas hacia atrás para que mis labios se aplastaran más de la cuenta. – Desvergonzada – pensé hacia mis adentros.

– Sigamos subiendo.

Llegamos hasta su piso. Miré que puerta era la correcta y abrí.

– Dime, ¿me invitas a entrar libremente en tu casa, sin prejucio y de forma sincera? ¿ Me dejas entrar en tu casa para entregarte como mi sumisa y yo como un amo que te va a poseer ?

– Sí – dijo casi de forma imperceptible.

– Dilo más alto.

– SÍ

Entramos y cerré la puerta.

Tras cerrar la puerta encendí una lámpara pequeña que hacía que el pequeño recibidor tuviera un aire más íntimo. Ella estaba quieta, sin hacer nada. La observé durante unos segundos. Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saqué una tira de tela negra de un tacto muy suave.

Colocándome detrás de ella le puse la cinta para que sus hermosos ojos estuvieran tapados hasta que yo deseara. Aproveché y le dí un suave beso.

– Espérame aquí.

Me adentré en el piso para examinarlo y saber donde estaban las diferentes estancias. Habían dos habitaciones, un cuarto de baño bastante amplio, una cocina más bien estrecha y una sala más grande que comunicaba con la cocina.

De las dos habitaciones sólo una de ellas era donde ella dormía, la otra parecía más una habitación trastero. Dejé el maletín encima de una silla. Lo abrí y examiné su interior. En él había diferentes objetos: Un consolador vibratorio a distancia de color rosado, un collar bucal cuya bola era roja, dos frascos con sendos tipos de aceite de masaje y un pequeño látigo de múltiples puntas, vulgarmente llamado cola de caballo.

Tras ver el material busqué las velas que le había pedido que comprase y dejara en un sitio visible. Efectivamente las compró y las había dejado en un rincón. Me dediqué a cogerlas, encenderlas y repartirlas por el cuarto de baño y la habitación. En el baño también localicé la maquinilla de afeitar, espuma y unas tijeras.

Una vez lo dejé todo preparado fui a buscar a mi dulce sumisa. Seguro que estaba impaciente por empezar en su adoctrinamiento.

La cogí de la mano y la llevé hasta su cuarto. Una vez allí la desnudé de la forma más lenta posible. Quería disfrutar cada segundo del hecho de ver como su ropa iba cayendo lentamente, de como la iba desprendiendo de sus ataduras mundanas y dejaba su cuerpo desnudo. Dejé, por ahora, que las braguitas siguieran colocadas en sus muñecas.

La volví a coger de la mano y la llevé hasta el cuarto de baño. Ahora debia preparar su sexo para la posterior sesión.

– Voy a rasurar tu sexo del todo, sumisa. Para ello quiero que te apoyes contra el baño, con cuidado, sí, así. Abre las piernas, un poco más, sí, perfecto.

A pesar de que ella previamente ya lo había rasurado, aún no estaba del todo perfecto. Cogí las tijeras y recorté su bello púbico con mucho cuidado. Cuando fue suficientemente corto dejé las tijeras y cogí el frasco de espuma. Coloqué la espuma blanca sobre su pubis y toda ella se estremeció. El contraste sobre el calor de su cuerpo y más de esa zona con respecto a la espuma fue lo que la hizo moverse.

Me levanté y me limpié las manos de la espuma, cogí la maquinilla de afeitar y previo aviso hacia ella, empecé a deslizarla con mucho más cuidado que con las tijeras. La espuma iba siendo arrastrada y poco a poco su sexo iba mostrándose hermoso, sin bello, natural. Cuando hube acabado cogí la toalla y acabé de retirar todo los restos.

– Perfecto!! – exclamé a pesar de intentar controlar la excitación en mi voz.

Me incorporé y la besé con mucha pasión. – Control – pensé, estaba notando mi miembro erguirse y aún no era el momento.

Le dí la vuelta. Quería que se mirara en el espejo así que le retiré la cinta que tapaba sus ojos.

– Quiero que te mires en el espejo!! Esta noche eres mía, si, toda mía.

Me incliné detrás de ella, abrí sus piernas y con mis manos aparté sus nalga y empecé a comer aquel precioso sexo rasurado de arriba a bajo. Mi lengua no paraba de moverse hasta el punto que la saliva y sus flujos vaginales estaban impregnando mi rostro…

Ella se inclinó hacia delante del placer que estaba experimentando y empezó a jadear. Yo seguia con mis movimientos de lengua, separando sus labios vaginales, penetrándola con mis dedos, lamiendo de nuevo y viciándome al sabor dulzón de su sexo.

Ella, sin querer, dejó escapar – No pares mi amo. – Mal hecho, como sumisa que era no debía haber dicho nada, solo le era permitido gemir. Me limpié un poco y me erguí para mirarla desde reflejo del espejo.

– Cómo sumisa que eres no puedes hablar a menos que yo te dé permiso, y creo que no te lo he dado.

Le propiné un azote, seco, rápido y directo sobre sus nalgas. Emitió un ligero gruñido a modo de queja y bajo la cabeza en señal de sumisión.

– Entra dentro de la ducha y aséate. Quiero que estés bien limpia y natural para mi, quítate todo los restos de olores y maquillaje que hay en tu cuerpo.

Cuando empezó a ducharse apagué la luz y solo se quedaron las luces que producian las velas que habia repartido por el cuarto de baño y las que provenian de la habitación. La operación más delicada habia sido completada con éxito.

El agua caía por su cuerpo desnudo formando pequeños torrentes por los cuales me hubiera gustado navegar, lamer, besar y alimentar mi propia pasión, pero debía mantener la compostura. Yo era el amo y ella mi sumisa, y como tal existían unas normas básicas y esas eran mantenerme frío y distante, dominante y sin dejarme llevar por la pasión.

– Ya está, sal con cuidado.

La envolví con la toalla y la sequé con cuidado, asegurándome dejarla bien seca y que no quedara humedad alguna por ningún rincón de su cuerpo.

Cogí de nuevo la cinta y le tapé los ojos.

– Cógeme la mano.

La guié hasta la cama, le retiré la toalla y la dispuse encima la cama. Luego le ordené que se tumbara encima.

Aproveché para desnudarme puesto que la ropa me sobraba.

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Fui sin ropa alguna ya hacía el maletín y miré los frascos de aceite. ¿Cuál escoger? La verdad es que no se me había ocurrido preguntar si padecía algún tipo alergia a algo. Vaya fallo. Pensé unos segundos, la miré, y me decidí por el aceite menos agresivo, otra vez seria.

Me coloqué a su lado y dejé caer el aceite por todo su cuerpo, por sus pechos, vientre, sexo, piernas. Quedó cubierta por unos finos hilos de aceite de masaje. Ahora se debían expandir por su cuerpo. Quería que se relajara al máximo para su sesión.

Me froté varias veces las manos con energia y cuando las noté calientes las deposite sobre ella y empecé a masajear cada centimetro de su piel. Como no queria que se durmiera, de tanto en tanto la obligaba a darse la vuelta. Estaba cubierta de aceite, brillante, excitante. Me levanté y me aparté de ella. Muy bella. La cubrí con la toalla y limpié los rastros de aceite.

– Sabes mi sumisa, ahora te voy a demostrar quien es tu amo…

Volví al maletín y cogí de él las cuerdas y el collar bucal. El hecho de usar el collar bucal era para evitar que ella gritara más de la cuenta o que pudiera hablar mientras realizaba sobre ella todo acto de sodomizaciones, castigos y perversiones.

– Abre la boca, más. Muy bien.

Le coloqué la bola en la boca y até la cinta por detrás. Tal vez seria interesante hacerle una foto, si hubiésemos pactado eso previamente y yo llevara la cámara de fotografiar. Puede que algún día le pidiera que fuera mi modelo.

– Date la vuelta y pon los brazos por detrás.

Inicié mi atadura de muñecas. La cuerda evidentemente era muy larga y sobraba por todos lados, pero aún quedaba mucho por atar. Una vuelta, otra por aquí, otra más, así, perfecto. Había quedado bien atada.

– Sube las piernas.

Llevé un tramo de cuerda a su pie izquierdo y la até. Luego otro tramo a su pie derecho y realicé el mismo proceso. Perfecto. Quedaban dos tramos más sueltos. Los deslicé hasta su cuello y luego nuevamente hasta sus muñecas. La posición no era muy cómoda, pero de eso se trataba.

La cogí por el cabello y me acerqué a su cara. Inspiré profundamente, la besé y le susurre que su cuerpo era ya totalmente de su amo, para lo que él quisiera y mientras se le decía, mi mano acarició su sexo bruscamente. Ella se movió intentando evitar ese contacto pero las cuerdas del cuello la apretaron y tuvo que regresar a su posición.

– Todo mío. Ya te lo he dicho.

Dejé que su cabeza cayera hacia delante y fui nuevamente al maletín. Cogí el látigo «cola de caballo». Mi miembro estaba duro y potente, así que lo espoleé suavemente. El contacto de las puntas del látigo en mi polla resultaron más agradables de lo que había pensado y la erección se hizo más evidente. Interesante.

Me acerqué a ella y la miré. Tenia una posición extrañamente sensual. Pasé por encima de su piel el látigo, lentamente, dejando que cada punta fuera donde quisiera. Una vez, dos y a la tercera le azoté en las nalgas.

Ella se movió y gimió.

– Shhhht!!! – y la volví a azotar, una y otra vez, por todo el cuerpo, en los pies, en la espalda, en las nalgas, en las piernas. Mientras, con la otra mano yo mismo me acariciaba el miembro pensando en la situación.

Era curioso ver como una joven, guapa y sencilla, tan correcta y tan atractiva se estaba entregando al placer de la sumisión y como aceptaba mi castigo.

Tras varios minutos dejé el látigo a un lado y empecé a besar su cuerpo. Le dolía, era evidente, pero al mismo tiempo empujaba su cuerpo contra mi cara, ya que mis besos le producían un efecto relajante y refrescante. Poco a poco me fui centrando a su glúteos. Estaban algo enrojecidos y tremendamente apretados.

Los besé y apoyé mi rostro contra ellos. Duros y calientes por el castigo, excitantes. Me reincorporé y me puse encima de ella, con cuidado de no ejercer demasiado peso fui inclinándome de forma que mis testículos y polla quedaran cerca de sus manos atadas en la espalda. Solo quería que supiera en que estado estaban.  Luego cambié mi posición y mi cabeza se hundió entre sus glúteos para empezar a lamer, sin parar, tanto su sexo como su otro orificio. Ella movía sus manos intentando zafarse de mi atadura pero como no podía, inició un movimiento con sus caderas para que mis lengua realizara lametazos más profundos. Estaba claro que aquello, a pesar del dolor sufrido antes, la estaba excitando mucho pues su sexo tenia mucho más flujo.

Me hundí más profundamente y hacia delante, buscando con la lengua su clítoris pero debido a la posición me estaba resultando muy difícil. Debería cambiarla de posición pero me estaba gustando demasiado la actual posición  como para cambiarla tan pronto. Le retiré la bola de la boca y le levanté un poco la cabeza desde la barbilla. Su mirada contenía rabia pero también pasión mucha pasión. Me acerqué y la besé, ella me beso mordiéndome los labios.

– Cabrona. ¿ Quieres esto ? – mientras levantaba mi miembro duro y apuntando amenazante contra su cara – ¿ lo quieres ? Dilo!! Pide que te lo entregue!! que te lo dé!!! que lo deseas!!! que lo quieres!!

– Sí. Lo quiero. Sí, dámelo amo, dáselo a tu sumisa caprichosa, a tu sumisa sedienta.

Se lo acerqué hasta su boca y ella misma se lo introdujo, incluso dio un par de empujones con su cuerpo para acercarse más. Le aparté el pelo de delante de la cara y la vi engullir aquel miembro hasta el fondo, una y otra vez, dejándolo lleno de saliva..

Me aparté bruscamente de ella. Mi miembro estaba cubierto de saliva y excitado. Pasé la mano por encima del mismo y lo limpié.

– Ahora me sentirás dentro de ti.2013-11-10-RelatoAmoySumisa-003

Le deshice las ataduras de los pies y soltó un suspiro. Unas pequeñas marcas del dibujo de la cuerda quedaron sobre su piel. Las besé con dulzura, pues salió de mi sin quererlo. Luego la obligué a levantar las caderas.

Me aseguré de estar bien apoyado, estiré las cuerdas ligeramente hacia atrás asegurándome que estuvieran bien tensas y me incliné hacia delante dejando que mi pene entrara en su cavidad vaginal.

Me moví lentamente al principio, asegurándome una buena lubricación de mi miembro gracias a sus flujos vaginales que hacia rato que se habían desparramado por fuera.

Fui incrementando el ritmo más y más rápido, estirando a la vez las cuerdas hacia atrás cuando me apetecía. La verdad es que si hubiese sido por mi hubiera enviado a la mierda las cuerdas y la hubiera empujado mucho mejor asiéndome a sus caderas, pero prefería no romper la magia de la escena que estábamos llevando a cabo.

Mis ritmos pélvicos se fueron incrementando, más rápidos y profundos y cuando menos se lo esperaba con la mano le azoté fuerte la nalga. Se medio giró y se quedó mirándome furiosa, pero estiré las cuerdas y la penetré nuevamente a frenético ritmo.

Notaba como la eyaculación estaba cada vez más cerca. La verdad es que llevar ritmos tan rápidos de penetración es lo que conlleva, una eyaculación más temprana que tardia.

Me aparté de ella y enseguida entendió que debia hacer. Empezó a mamarme la polla como una posesa, la agarré del cabello siguiendo el ritmo de su cabeza y mirándola como si yo fuera el sumiso, atrapado por una salvaje fiera y que sabe muy bien que no puede huir.

Un grito rompió el silencio de la habitación. Tal fue que ella se me quedó mirando asustada y sin saber reaccionar. Yo por mi parte noté como todo mi cuerpo era recorrido por un calambre, un escalofrío que me hizo derrumbar encima de la cama.

– ¿Estás bien? – me dijo muy suavemente pero con evidente rostro de preocupación
– Si, princesa, estoy muy bien, dame un beso.

Nos besamos, cubiertos de sudor, olores, y mucho respeto el uno por el otro.

– ¿Que te parece un baño relajante?

Nos levantamos de la cama y nos fuimos al baño. Allí dejamos caer el agua en nuestros cuerpos, nos limpiamos y luego dejamos que la bañera se acabara de llenar para quedarnos abrazados y relajados, olvidando el mundo y sus problemas….

 

Dedicado a todos aquellos que aman y saben amar, y para los cuales el sexo no es un tabú, sino uno forma de entender la vida

 

 

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